Fernando R. Ortega (ILOVEACEITE): “El consumo de aceite de oliva en Estados Unidos está parado y casi cayendo”

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Fernando R.Ortega (a la izq.) con un chef de un restaurante de Estados Unidos

Por Fernando R. Ortega, Director de ILOVEACEITE

Inquieto por naturaleza, Fernando R. Ortega lidera el proyecto ILOVEACEITE que cuenta con filiales en España, Polonia (Kochamoliwe) y Estados Unidos, en San Antonio, Texas (ILOVEACEITE US). En este artículo analiza, desde su particular visión a pie de mercado, el momento actual del aceite de oliva en Estados Unidos.

“Llevo dos años desembarcado en el mercado norteamericano. Dos años muy largos intentando abrirle a mi empresa un camino que justifique este esfuerzo y convierta un sueño en realidad. Creo que voy bien encaminado porque, efectivamente, tras pelearme con este monstruo de más de trescientas millones de personas, rigurosísimos controles de inmigración, calidad, seguridad alimentaria, abogados, seguros, licencias, brokers, retailers, buyers y todo esta palabrarería absolutamente necesaria, he entendido, comprendido e interiorizado la dureza de este mercado.

Pero esta experiencia se vuelve aún más cruda cuando tu intención es vender aceite de oliva virgen extra, un commodity sin valor añadido alguno, extendido a lo largo y ancho de estanterías aburridísimas, planas, feas que no invitan a nada, una categoría comercial reventada a base de precio y a base de importar, cada año, más y más granel, obviando, por supuesto, el importantísimo valor de la marca.

Sí, en Estados Unidos, una famosísima marca de aceite de maíz, se anuncia en un canal de habla hispana, visto por millones de personas que dice que, por supuesto, es mucho más sano que el decadente y no menos decrépito, aceite de oliva.  Es una marca de aceite (de maíz). Marca. Valor añadido. Sí, valor añadido. Propiedades, beneficios, campañas de marketing, redes sociales, etc.  ¿Alguien ha visto eso en una marca de aceite de oliva? Me temo que salvo que la represento, no. En ningún caso. Se rompa quien se rompa las vestiduras, aunque vistamos a Nadal de lagarterano en Times Square para flores y medallas de los de siempre.

Por eso no es de extrañar que el consumo de aceite de oliva en este país, esté parado y casi cayendo. ¿Ha tocado techo? No lo sé. Pero ¿por qué elegir una de esas botellas con aceites mezclados en diez o doce orígenes diferentes, salpicados de escándalos de fraude, que no aportan absolutamente nada, frente a otro aceite que, a diario, se cuela en las casas de los norteamericanos, por muy amarillo que sea? O ¿por qué comprar esa otra botella de 25 dólares, de ultra-mega-diseño, si no tengo ni idea de cocinar y la cosecha que aparece es de 2015? O ¿aceite de oliva español? ¡Pero si el aceite de oliva viene de Italia o Grecia!.

Y ¿ahora qué hacemos?. Pues ahora vas tú, con tu marca, tu botella, tu stand, tu feria, tus etiquetas molonas y te sientas frente a un buyer o un retailer y te dice: ¿aceite de oliva? ¿español? ¿a quién le interesa? Todos dan de lado a este producto. Parece que quema o apesta o está todo el bacalao vendido. No lo sé muy bien. Probablemente yo tenga una visión algo sesgada de la realidad, porque el sol tejano me impide ver la claridad de las costas neoyorquinas, de Miami o Los Angeles. Pero en dos años, puedo certificar que las marcas privadas que habían en las estanterías han desaparecido en pos, de la marca blanca (cada vez menos también) o de esas otras que dicen en sus etiquetas traseras que, envasadas en México, España o Estados Unidos, meten lo que meten dentro de ellas. Y es legítimo. Y es comercial. Y es ruinoso. Porque Argentina o Turquía van ganando la batalla. Mientras España, la pierde. Porque es lo que hemos hecho siempre. Ser los eternos perdedores. Y sí, tiren de nuevo de sus vestiduras. Un poco más. Porque no hay más ciego que el que no quiere ver.

Pero no se preocupen porque al menos el que suscribe, montado en sus botas, tiene muy claro cuál es su objetivo: convertir ILOVEACEITE en la marca española de aceite de oliva virgen extra más importante de Estados Unidos. Es un estilo de vida. Es una actitud. Y eso no se aprende en ningún seminario, universidad o curso subvencionado”.


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